Parsifal

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Danzante 1

martes, 3 de noviembre de 2009

No es el color de piel, sino el calor humano

    







¿Sabes de quién vamos a hablar?
Del hombre vivo más famoso del mundo: Barack Obama, presidente de los Estados Unidos de América. Hay quienes creen que lo que lo hace tan famoso es que es el primer presidente negro de EE.UU. No estamos de acuerdo: creemos que su fama proviene de que al parecer es un «buena gente», un ser con muchas virtudes, lleno de amor por la vida y con una forma especial de pensar al mundo. Bueno, también es famoso por ser el primer presidente negro de EE.UU.


¿De dónde salen los «buena gente»?


Ojalá lo supiéramos. En el caso de Obama, su amor por la humanidad parece venir de lo diversas que son sus raíces: nació en Hawái, su padre era africano, y su madre norteamericana; desde muy niño tuvo un padrastro indonesio, y sus primeros veinte años transcurrieron entre Yacarta, Honolulu, Los Angeles y Nueva York. También se dio sus paseítos por Europa y alguna vez fue a conocer a sus parientes en Kenia.


La clave: el respeto a la diversidad
Según cuentan, este hombre sencillo, inteligente y sensato, respeta profundamente las diferentes formas de pensar, de sentir, de creer. Es lógico: su padre era musulmán, su madre era hija de metodista y baptista, y su padrastro no creía en la utilidad de las religiones; sin embargo, Obama es creyente y practicante de su fe religiosa. Parece ser que toda esa mezcolanza de pensamientos y creencias han hecho germinar en él un gran sentido del respeto por las ideas de los demás. De hecho, una de sus propuestas es «buscar la unidad en la diversidad».

Entonces, lo eligieron
Lo anterior, sumado a que Obama no cree en la guerra sino en el diálogo, y a que ha identificado muchas de las cosas que es necesario cambiar para que el mundo marche mejor, ha dado lugar a que sea elegido presidente.



Pero… ¿por qué tanta bulla?

Porque todo es según el color, pero no de la piel, sino del cristal con que se mira. Sucede que EE.UU. acaba de atravesar una de sus peores épocas, por culpa del turbio cristal con el que el ex presidente Bush miró a su país y al mundo: inventó guerras, arrasó pueblos, permitió torturas, vulneró derechos, fue indiferente frente al calentamiento global y, aún no contento, destrozó la economía de su país. Mejor dicho, lo dejan otro par de meses y, como decía mi abuela, acaba hasta con el nido de la perra. Obama, en cambio, ha denunciado esos errores, ha prometido rectificarlos, ha reconocido que EE.UU. se equivocó al creer que podía hacer con el planeta lo que quisiera, y ha entendido que el verdadero liderazgo es el que se ejerce con humildad y con sabiduría, no con arrogancia ni con prepotencia, y mucho menos con violencia.


Esperemos pues


Sí; esperemos que esa luz de esperanza que Obama encendió no se apague, y que sus tales virtudes sean ciertas, y que practique lo que predica… en fin, que siga siendo el mismo presidente al que el mundo le dio la bienvenida con tanto alborozo. Así sea.

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