Parsifal

Parsifal
Danzante 1

martes, 3 de noviembre de 2009

¡Por fin manejé un kart!




Por: Olga Sofía Concha Ospina (Seudónimo)

Querido diario; hoy manejé por primera vez un kart. ¡Fue increíble!; tanto, que me monté tres veces. La primera vez, de los nervios no podía controlar el timón. Sé que era una carrera, pero lo único que me interesaba era que el carro me obedeciera. Todo el mundo me pasaba, y cuando no podían porque íbamos en una curva yo sentía como si me resoplaran en la nuca, y de los nervios el carro se me iba para un lado y para el otro, hasta que se apagó. Tuvo que venir alguien a ayudarme y me vio tan asustada que se montó en la parte de atrás, agarró el timón y me dijo: “tranquila mija, sólo hunda el acelerador”. Así dimos una vuelta, y de la misma frustración los nervios se me fueron pasando, pero cuando ya me estaba emocionando se acabó la carrera.  

Me bajé y mi padre me esperaba con los brazos abiertos y con una sonrisa de oreja a oreja, como si hubiera ganado el campeonato mundial de la fórmula 1. Bueno, él es así y yo trato de entenderlo. Lo cierto es que yo estaba feliz de haber montado en un kart, pero al mismo tiempo me sentía frustrada, pues sabía que habría podido hacerlo mejor. Entonces aproveché que mi papá estaba distraído intentando hacer escupir a una llama (hasta que la encargada del animalito le tuvo que decir que “por favor, señor, no la estrese más”), y le dije a mi papá que quería montarme otra vez en los karts. Tal como lo había calculado, por estar pensando en el regaño que le habían dado ni supo lo que yo le estaba pidiendo; se metió la mano al bolsillo y me dio un billete de 20. Esta vez la cosa funcionó mucho mejor, y apenas dieron la orden de arrancar hundí el acelerador hasta el piso. Yo estaba de segunda en la fila y no sé si el que iba de primero se había ido lejos o se había quedado atrás; lo cierto es que cuando me di cuenta no había nadie delante de mí, o sea, ¡IBA DE PRIMERA!; me emocioné tanto que perdí el control del carro y fui a dar contra una llanta al borde de la pista. Quedé mirando hacia atrás, y vi que los demás carros se venían hacia mí a toda velocidad; lo único que se me ocurrió fue cerrar los ojos, taparme los oídos y esperar el fin del mundo, pero, no me explico cómo, nada pasó. Sencillamente alguien había enderezado mi carro. Como quedé un poco atortolada y el carro se me había apagado de nuevo, otra vez me ayudaron a dar una vuelta, y después, sintiéndome culpable pues por mí casi ocurre un superaccidente, me fui despacio y me resigné a ver cómo los demás iban pasándome; cuando ya me iba a poner a llorar, se acabó la carrera.

De nuevo estaba mi lindo papá esperándome con los brazos abiertos y con una sonrisa más grande que su misma cara; claro que esta vez tenía en su mano un helado de fresa y pistacho, y me senté a su lado a saborearlo dispuesta a olvidarme para siempre del mundo del automovilismo. Pero algo dentro de mí, además del corazón, seguía palpitando. Yo me conozco bien: era esa espinita que se me había quedado clavada, y no me iba a quedar tranquila hasta que me la sacara. Empecé a diseñar un plan; esta vez no podía fallar. Cuando le dije a mi papá que iba a montarme de nuevo, me miró extrañado como diciendo “¿qué tripa se te torció!”. Lo miré con mi mirada de “no me pidas explicaciones, ya lo entenderás” (¡no me falla nunca!). Ya tenía listo mi plan. Me tocó casi de última en la fila, y eso me alegró. Dieron la orden, se oyó el estruendo de los motores arrancando a mil, y de inmediato me recosté en el espaldar, incliné un poco mi cabeza hacia atrás, relajé mis músculos y empecé a soñar que volaba en un planeador.


El viento me acariciaba la cara, rozaba con mi nave silenciosa las copas de los árboles, los pájaros me acompañaban silbando a mi alrededor, el carro era mi amigo y juntos íbamos de un lado al otro de la pista sin que nos importara la prisa y los gritos de los demás ni su desesperado afán por ocupar el primer lugar. Cuando llegué a la meta ya todos habían bajado de sus karts. Mi padre me miraba extrañado, y no sabía si abrazarme o salir corriendo. Yo le acaricié la carita para tranquilizarlo, y lo abracé largamente, feliz de haber disfrutado por fin, y al máximo, mi primera aventura en los karts.

No hay comentarios:

Publicar un comentario